sábado, 25 de mayo de 2024

No le echen la culpa al becario

Es muy común encontrarse entre los comentarios en redes sociales a raíz de algún error ortográfico o equivocación garrafal relacionada con el contenido de una información periodística a los típicos graciosillos de turno echándole la culpa del desaguisado a algún becario de la redacción. No puedo evitar en tales casos una sonrisa burlona pues me conozco muy bien el paño, después de más de 40 años de profesión. 

Según mi experiencia, no son los becarios precisamente los autores de los errores más llamativos. Hay excepciones, como en todo, pero, por lo general, por su preparación y capacitación poco tienen que envidiar a curtidos redactores o a redichos jefes de área o de sección bajo cuya responsabilidad recae la publicación de esas informaciones o reportajes con datos erróneos o faltas de ortografía. Tales desmanes no son más que una muestra más de la caída en picado de la calidad de los productos editoriales propiciada por el auge de las nuevas tecnologías y la preponderancia de los soportes digitales frente al periódico de papel y de otros soportes informativos tradicionales.

La premura exigida para renovar los contenidos en las webs y la apabullante reducción de plantillas para reducir costos están llevando a la asfixia del periodismo de calidad. Si a eso añadimos las cortapisas derivadas de las directrices ideológicas implantadas por los titulares de la propiedad de cada medio, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que estamos asistiendo a la muerte y entierro de ese añorado periodismo. 'Todo por el clic' es la máxima ahora. Se trata de hacer piezas y titulares que inciten a pinchar sobre la noticia para que se acumulen las visualizaciones. Como muestra, un botón: hace unos años, era impensable poner titulares entre interrogantes o colocar directamente una pregunta como título principal. En mis tiempos de estudiante de Periodismo, eso habría supuesto un suspenso con un cero patatero. Por no hablar de la infame redacción de noticias de forma que lo más importante se pone en el último párrafo para que el lector se trague toda la basura que se coloca en los párrafos anteriores para elevar el tiempo de permanencia en la web.

Pero bueno, ahora parece que la calidad exigible a los emisores de las informaciones es pareja a la demandada por el común de los usuarios de las redes y charcas interneteras. La profesión periodística no está al margen del progresivo e imparable atontamiento e infantilización a la que se está sometiendo a la sociedad en los últimos años. Es más, los medios de masas y sus profesionales son uno de los instrumentos más importantes de ese proceso, cuyo objetivo no es otro que el control de los ciudadanos como individuos y como cuerpo colectivo o social.

Así que, amigos, no seamos tan simplistas y dejen de culpar al becario o becarios de la redacción. Normalmente, suelen ser periodistas con alta preparación y predisposición a demostrarlo, aunque muchas veces no les dejan o acaban por tirar la toalla y amoldarse al yugo para seguir haciendo méritos y pasar a formar parte de la plantilla cuando acabe la vigencia de la beca. 

A propósito de becarios y de periodistas en prácticas, hace unos años, ocho exactamente, publiqué una pequeña pieza cuando llegaban los del verano de 2016 a incorporarse a la redacción de Heraldo de Aragón. Ya no recuerdo quiénes formaban parte de aquella promoción y si alguno acabó quedándose en plantilla.  Creo que viene muy bien y me apetece recordarla como colofón a esta reflexión sobre la deriva de la profesión, así que os la pongo a continuación, ilustrada con una foto de mis primeros años de ejercicio profesional.

Cubriendo una visita del entonces presidente de la DGA, Hipólito Gómez de las Roces, a las obras de la variante de Abizanda.

Juvenil ilusión que nunca habría que perder

Llego al Heraldo y me encuentro en el hall de entrada con una decena de jóvenes estudiantes de Periodismo que se incorporan a las prácticas de verano. Inevitable sentir nostalgia de aquellos años en que yo también empecé a poner en práctica las lecciones que los profesores nos trasmitían en la facultad. En lo laboral, aquellos tiempos eran mejores, sin duda, porque había más perspectivas de trabajo. En los últimos años vemos pasar por las redacciones a gente joven muy bien preparada y con grandes aptitudes, pero desgraciadamente son pocos los que encuentran el acomodo que merecerían acorde a su valía. Pero estoy seguro de que no pierden la ilusión, algo consustancial a esa edad en la que uno atisba una larga vida por delante con muchos sueños por realizar.

Y al mirar hacia atrás, junto a esa nostalgia, uno tiene la sensación de que las cosas no han ido tan mal, de que se han cumplido muchos de esos sueños y de que, al fin y a la postre, estamos aquí para contarlo. Y me veo dando la razón a los que nos precedieron en esta evolución vital, como a Goethe, quien dejó escrito que “envejecer es retirarse gradualmente de las apariencias”, sin que ello sea óbice para sentir un respingo cuando Peter Pan nos acaricia para que nos rebelemos contra esa maduración natural de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu.

Quizás sea eso lo importante, mantener la ilusión del primer día, la mente abierta, la curiosidad y las ganas de aprender intactas, reforzadas a lo largo de los años por tormentas de desengaños y de traiciones, por susurros amorosos, por caricias amigables. Hay que ser feliz sin moderación y con mucha conciencia.

La foto que ilustra esta entrada es de Fernando Paúles. Está tomada en mayo de 1988 en El Grado, con ocasión del inicio de las obras de la variante de Abizanda. El acto estuvo protagonizado por los habitantes de Naval, que se concentraron pidiendo compensaciones por el aislamiento al que sometía la nueva carretera a su población. En primer término, el entonces presidente del Gobiero aragonés, Hipólito Gómez de las Roces, junto al alcalde de Naval. A la derecha, quien suscribe, en mis primeros años de profesión periodística en la delegación de Heraldo de Aragón en Huesca y con toda la ilusión del mundo, grabadora en mano. Detrás de Gómez de las Roces aparece Fermín Molina, entonces director general de Carreteras de la Diputación General de Aragón, a quien tuve el honor de tratar durante muchos años hasta que en 2016 perdió la vida en un desgraciado accidente de tráfico. Era un buen gestor y una estupenda persona.



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