Es muy común encontrarse entre los comentarios en redes sociales a raíz de algún error ortográfico o equivocación garrafal relacionada con el contenido de una información periodística a los típicos graciosillos de turno echándole la culpa del desaguisado a algún becario de la redacción. No puedo evitar en tales casos una sonrisa burlona pues me conozco muy bien el paño, después de más de 40 años de profesión.
Según mi experiencia, no son los becarios precisamente los autores de los errores más llamativos. Hay excepciones, como en todo, pero, por lo general, por su preparación y capacitación poco tienen que envidiar a curtidos redactores o a redichos jefes de área o de sección bajo cuya responsabilidad recae la publicación de esas informaciones o reportajes con datos erróneos o faltas de ortografía. Tales desmanes no son más que una muestra más de la caída en picado de la calidad de los productos editoriales propiciada por el auge de las nuevas tecnologías y la preponderancia de los soportes digitales frente al periódico de papel y de otros soportes informativos tradicionales.
La premura exigida para renovar los contenidos en las webs y la apabullante reducción de plantillas para reducir costos están llevando a la asfixia del periodismo de calidad. Si a eso añadimos las cortapisas derivadas de las directrices ideológicas implantadas por los titulares de la propiedad de cada medio, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que estamos asistiendo a la muerte y entierro de ese añorado periodismo. 'Todo por el clic' es la máxima ahora. Se trata de hacer piezas y titulares que inciten a pinchar sobre la noticia para que se acumulen las visualizaciones. Como muestra, un botón: hace unos años, era impensable poner titulares entre interrogantes o colocar directamente una pregunta como título principal. En mis tiempos de estudiante de Periodismo, eso habría supuesto un suspenso con un cero patatero. Por no hablar de la infame redacción de noticias de forma que lo más importante se pone en el último párrafo para que el lector se trague toda la basura que se coloca en los párrafos anteriores para elevar el tiempo de permanencia en la web.
Pero bueno, ahora parece que la calidad exigible a los emisores de las informaciones es pareja a la demandada por el común de los usuarios de las redes y charcas interneteras. La profesión periodística no está al margen del progresivo e imparable atontamiento e infantilización a la que se está sometiendo a la sociedad en los últimos años. Es más, los medios de masas y sus profesionales son uno de los instrumentos más importantes de ese proceso, cuyo objetivo no es otro que el control de los ciudadanos como individuos y como cuerpo colectivo o social.
Así que, amigos, no seamos tan simplistas y dejen de culpar al becario o becarios de la redacción. Normalmente, suelen ser periodistas con alta preparación y predisposición a demostrarlo, aunque muchas veces no les dejan o acaban por tirar la toalla y amoldarse al yugo para seguir haciendo méritos y pasar a formar parte de la plantilla cuando acabe la vigencia de la beca.
A propósito de becarios y de periodistas en prácticas, hace unos años, ocho exactamente, publiqué una pequeña pieza cuando llegaban los del verano de 2016 a incorporarse a la redacción de Heraldo de Aragón. Ya no recuerdo quiénes formaban parte de aquella promoción y si alguno acabó quedándose en plantilla. Creo que viene muy bien y me apetece recordarla como colofón a esta reflexión sobre la deriva de la profesión, así que os la pongo a continuación, ilustrada con una foto de mis primeros años de ejercicio profesional.
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