Ya lo dijo Rubén Darío en un poema bien conocido: "Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver". Y por muy pesimista que puedan parecernos estos inmortales versos, el autor los sustenta, al menos, en el vitalismo de haber sacado el jugo a esta etapa de nuestra existencia. Porque hay quienes adoptan una posición más derrotista y enarbolan la convicción de que, en realidad, la juventud es una entelequia, una ilusión pasajera, un visto y no visto, algo inexistente, en suma.
Claro que en esto, como todo en la vida, no se puede generalizar, y cada cual tendrá su propia opinión en función de su propia experiencia. Qué amargos recuerdos guardarán, por ejemplo, quienes derrocharon inútilmente un tiempo más o menos prolongado de su prometedora juventud sufriendo las penalidades de una guerra, cuyas consecuencias harán que la infancia o la adolescencia resulten igualmente penosas para los niños que pasan por un conflicto armado, que es, seguramente, el peor mal para cualquier país o comunidad.
En condiciones normales, en una época de progreso como la vivida por la generación 'boomer', en la que me incluyo, la juventud ha podido asomarse a la vida enfrentándose al mundo con la convicción de que había muchas cosas que hacer y muchos e importantes retos que afrontar.
Incluso se corría el riesgo de que nuestros predecesores no llegaran a entregarnos el testigo por el ímpetu con el que arribábamos a recoger el relevo en esa carrera al esprint que es la vida.
Pues así es amigos, la vida pasa muy deprisa. Podemos ser conscientes de ello día a día, mes a mes, año a año, o podemos despertarnos un día percatándonos, al mirar al espejo, de "ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida", como lo describe perfectamente Marguerite Duras en su novela 'El amante'.
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| Recién incorporado a la redacción de 'Heraldo de Aragón' de Zaragoza, a finales de los años ochenta. | 
Con el declive de la juventud se van evaporando esos alicientes inherentes a esa etapa de cuarto creciente de nuestras vidas. Las risas y el espíritu festivo que embriagan nuestro corazón acaban por dejar paso a la añoranza y a la resignación que conlleva el cumplimiento de los sucesivos aniversarios de nuestro nacimiento. Una melancolía definida muy bien por Celtas Cortos en su canción 'La senda del tiempo'.
Por mucho que nos resistamos, nos va invadiendo la inapelable convicción de que entramos en los últimos capítulos de nuestra biografía. Y la consiguiente frustración que nos produce no participar ya del empuje y vitalidad que exhiben los jóvenes de las nuevas generaciones sólo se atenúa con la esperanza de que sean capaces de salir adelante en un mundo tan cambiante y hostil como el actual, en el que armas y bagajes como el honor, la ética o el amor propio están siendo laminados y barridos por las élites que mandan en todos los niveles gubernamentales en los últimos tiempos.
Como dijo Rubén Darío:
"Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro
y a veces lloro sin querer".

 
 
 
 
 
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