sábado, 14 de junio de 2025

Mintiendo sin piedad

Últimamente, parece como si la mentira se extendiera como una epidemia por todos los estratos sociales. No es extraño, pues, que los políticos, especialmente los que tocan poder, mientan día y noche, más allá de lo imaginable, mucho más allá del ridículo y del absurdo. No sale ni una verdad de sus bocas.



Hasta el punto de que quienes tanto nos mienten lo hacen sin ningún pudor, riéndose descaradamente de los ilusos que en algún momento creíamos en sus promesas y juramentos en campañas electorales. Hasta el extremo de que la mentira, antaño considerada como un defecto o vicio tan reprochable que hacía que la palabra de los mentirosos careciese de cualquier valor, condenándolos a una suerte de ostracismo en su círculo más cercano, hoy se ha instalado como cualidad que valoriza a quienes la practican en sus ámbitos de actuación.

En épocas pasadas, se decía que había que tener una buena memoria para no ser pillado con las manos en la masa de la mendacidad. Hoy en día ya no se necesita ninguna precaución. A una gran mayoría de políticos y periodistas, como el valor al soldado, la insinceridad y la doblez se les supone de antemano. Y si en determinado momento alguien les reprocha su carencia de honor y sus falsedades, contestan sin rubor que han cambiado de opinión o que las circunstancias ya no son las mismas que cuando hicieron tal o cual aseveración.

Seguro que todos hemos conocido en nuestros ámbitos familiares o laborales a personas tan patológicamente mentirosas que hasta parecen disfrutar de sus mezquinas invenciones, sin llegar a entender la ironía de Oscar Wilde cuando dijo que quien tiene una imaginación tan pobre que no sabe mentir, tiene que limitarse a decir escuetamente la verdad. Estos psicópatas llegan a creer que sus invenciones y desmentidos son dignos del elogio y la consideración que merecen las fantasías en las que los grandes artistas basan las tramas en las que se desenvuelven los personajes de sus mejores novelas o canciones.

El único consuelo que nos queda a quienes todavía creemos en los méritos de los hombres y mujeres de palabra es el convencimiento de que los mentirosos llevan en su pecado la penitencia. Dudo mucho de que la satisfacción que puedan alcanzar cuando consiguen engañarnos con sus trápalas compense el sentimiento de frustración, fracaso y hundimiento moral que deben de sentir cuando dicen alguna verdad y los tachamos igualmente de embusteros. Aunque posiblemente a ellos les da igual porque también se mienten a sí mismos.

1 comentario:

Chiretada popular en Barbastro

La Plaza del Mercado de Barbastro fue escenario el pasado sábado, 25 de octubre, de otra convocatoria gastronómica dedicada a ensalzar la ch...